miércoles, 21 de mayo de 2008

"La Tortuga de Darwin " Juan Mayorga

"La tortuga de Darwin" Juan Mayorga

A mi hija Raquel

(De noche en el despacho del Profesor, mar de libros y documentos. El Profesor trabaja, acompañado sólo por un hámster en una jaula. Suena el timbre de la casa. Al poco, entra Beti en el despacho.)
Profesor- ¿Qué ocurre, Beti? ¿Te he pedido la cena? No recuerdo habértela pedido.
Beti- Hay ahí una que quiere verte.
Profesor- ¿Estudiante a la caza de carta de recomendación para alguna beca? ¿Licenciada aspirante a que le dirija la tesis doctoral? ¿Periodista que quiere entrevistarme acerca de mi último libro?
Beti- No creo que busque ninguna beca. Es una señora mayor.
Profesor- Le habrás dicho que no puedo recibirla.
Beti- Es que me da pena.
Profesor- ¿Y yo?, ¿no te doy pena yo? Tengo pendientes tres artículos, dos prólogos, la ponencia para el congreso de Tokio y las pruebas del tercer volumen de la “Historia de la Europa contemporánea”.
Beti- ¿No podrías atenderla cinco minutos? ¿Tres minutos? Es tan viejecita…
Profesor- Eres demasiado buena, Beti. Un minuto, por no oírte.
(Beti sale. El Profesor da una pipa al hámster. Al poco, entra Harriet, una mujer vieja. Algo en sus movimientos hace pensar en una tortuga.)
Harriet- Buenas noches.
Profesor- Buenas. Dígame.
Harriet- Sé que es usted un hombre muy ocupado.
Profesor- En efecto, tengo mucho que hacer, señora.
Harriet- Robinson, Harriet Robinson.
Profesor- Bien, Mss. Robinson…
Harriet- Puede llamarme Harriet.
Profesor- De acuerdo, Harriet, quería usted verme. ¿Me ha visto lo suficiente?
Harriet- He leído los dos volúmenes de su “Historia de la Europa contemporánea”.
Profesor- Oh, los ha leído.
Harriet- En la Biblioteca Municipal.
Profesor- No importa, Harriet, lo que cuenta es que los haya leído, aunque no los haya comprado. Tome asiento. En la “Historia de la Europa contemporánea” he volcado treinta años de trabajo. Esto son las pruebas del tercer volumen. Sale en Mayo.
Harriet- Es… enorme.
Profesor- Efectivamente, es un trabajo sin parangón.
Harriet- Es imponente, sí señor. Aunque…
Profesor- ¿Aunque? ¿Aunque qué?
Harriet- El capítulo XXVII, “El caso Dreyfus”.
Profesor- Ya sé cuál es el capítulo XXVII. ¿Qué pasa con él?
Harriet- Con todo respeto, no fue así.
Profesor- ¿No fue así? Toneladas de documentos avalan ese capítulo. ¿Cómo que no fue así?
Harriet- Con todo respeto, no.
Profesor- ¿Y usted qué sabe, señora?
Harriet- Yo estaba allí, en París, cuando la tomaron con el desdichado capitán Dreyfus.
Profesor- ¿Usted estaba allí? (Se troncha.) Perdóneme, señora, sé que usted no tiene culpa alguna, la culpa es de los sucesivos ministros de Educación, ellos han conseguido que la gente sea analfabeta en Historia. La gente confunde Carlomagno con Alejandro Magno. La gente cree que Garibaldi fue un ciclista. La gente no se sabe una fecha. Señora Robinson, el caso Dreyfus estalló en 1894.
Harriet- El 10 de Octubre, ése es el día en que arrestan al capitán, no el 13. Lo que pasa es que hasta el 13 no lo hacen público porque tienen miedo de que…
Profesor- Me va a disculpar, Harriet, como puede ver estoy desbordado. Pero si me apunta aquí su teléfono, mi mujer le dará una cita y proseguiremos esta interesante conversación.
Harriet- Usted escribe que sus últimas palabras ante el tribunal son: “Amo a Francia. Soy inocente”. No. Dreyfus no dice eso, ni ninguna otra cosa. El llanto no le deja hablar. También he encontrado inexactitudes en el capítulo LXXIV.
Profesor- ¿El capítulo LXXIV? ¿”La batalla de Verdún”?
Harriet- Las trincheras no eran como usted las describe.
Profesor- Esto es demasiado. ¿Qué derecho tiene a decir eso?
Harriet- El derecho que me da haber estado allí.
Profesor- Así que estuvo allí. También irá a decirme que asistió al bombardeo de Gernica.
Harriet- Salgo en la foto, bajo el caballo desbocado.
Profesor- Pero, ¿de dónde se ha escapado usted? ¿Quién demonios es usted?
Harriet- Soy la tortuga de Darwin.
Profesor- ¿Qué?
Harriet- Charly me hizo un dibujo, puede verlo en el capítulo siete del libro, “On the Origin of Species”, aunque claro, he cambiado un poco, cuando subí al barco llevaba contadas veintiocho primaveras y eso fue en 1836, o sea que debí de nacer en 1808, el día no puedo precisarlo, pero a mí me gusta el 28 de Marzo, me suena bien, yo celebro mi cumple el 28 de Marzo. Mis primeros veintiocho años fueron comida y sexo sin plantearme más, pero todo cambió cuando aquellos ingleses desembarcaron en la isla, yo nunca había visto un inglés, nunca había visto una persona, qué curiosas me resultaron, las personas, y fue eso, la curiosidad, lo que me perdió, subí a echar un vistazo y cuando quise darme cuenta estábamos en alta mar. Al descubrirme el capitán Fitz-Roy dijo “De este bicho sacamos sopa para toda la tripulación”, pero Charly no lo consintió, me llevó a su camarote y me puso en una palangana, “D´ont worry, Harry”. Harry, sí, ha oído bien, el naturalista más grande de la Historia y no sabía distinguir tortuga macho de tortuga hembra, aunque es verdad que la cosa no se ve tan fácil como en ustedes. El caso es que Charly me llamaba Harry y me lió, yo no sabía qué tenía que gustarme, no me decidí por Harriet hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando un paracaidista escocés…
Profesor- ¡Basta!
(Silencio.)
Profesor- Señora Robinson, en consideración a su edad, estoy intentando ser paciente. Sé que todos pasaremos por ahí: demencia senil, Alzheimer… Es triste, pero yo no puedo ayudarla. Tengo un primo psiquiatra, mi mujer le dará su teléfono. Y ahora, si me permite…
Harriet- Me toma por una vieja loca. No cree que yo sea la tortuga de Darwin.
Profesor- Usted no es una tortuga, señora, ni de Darwin ni de nadie. Cierto que su cara puede recordar a las tortugas, como otras recuerdan a los perros o a los monos. Y es cuellicorta, y esa joroba podría hacer pensar en una concha. Si a usted en su barrio la llaman “La tortuga”, hay que reconocer que es un mote bien puesto.
Harriet- No me cree. Entonces, ¿cómo se explica esto?
(Harriet descubre su espalda al Profesor.)
Harriet- Puede tocar.
(El Profesor va a tocar, pero finalmente no lo hace.)
Profesor- Sí, es muy extraño, una rara enfermedad de la piel supongo, pero eso no la convierte en tortuga. Usted camina sobre dos pies. Usted habla. ¡Usted lee!
Harriet- Es que he evolucionado.
Profesor- ¿?
Harriet- Charly previó esa posibilidad, se refiere a ella en el capítulo trece: “En circunstancias extremas, la materia viva puede evolucionar de forma acelerada”. Charly llamaba a eso “evolución exponencial bajo estimulaciones extraordinarias”. Y de eso, de estimulaciones extraordinarias, yo he tenido un montón. Me subí a aquel barquito y empezaron a pasarme cosas interesantes. He ido de aquí para allá, donde la Historia ha querido llevarme. He visto la inauguración de la torre Eiffel y el incendio del Reichstag; he visto a los alemanes entrando en París y a los americanos desembarcando en Normandía; ¡he visto la Revolución de Octubre y la Perestroika! Nunca pensé sacar provecho de todo eso, pero últimamente me he dado cuenta de que mi memoria es un capital. La gente se mata por el pasado, y de eso yo tengo más que nadie. ¿Por qué no ofrecérselo a un profesional a cambio de una pequeña ayuda? Me fui a la biblio, busqué la sección de Historia y encontré sus dos tomos, tan grandotes, tan plagados de errores. Pensé: “Yo podría ayudar a este hombre”. Le ofrezco que sea mi notario, aquel a quien lo contaré todo. Yo puedo revelarle lo que no encontrará en ningún documento: ¿Qué dijo Lenin en su lecho mortal? ¿De qué murió Juan Pablo Primero? Yo puedo decírselo. A cambio de casi nada. Pero si usted piensa que soy una vieja locatis, me buscaré otro historiador. Tengo una lista.
Profesor- “A cambio de casi nada”. ¿A cambio de qué?
Harriet- Quiero volver a casa.
Profesor- ¿?
Harriet- Quiero volver a las Galápagos y morir allí. Pero necesito ayuda: no tengo papeles, y sin papeles no me dejan viajar. ¡No tengo edad para ir a nado! El 28 de Marzo cumplo doscientos años.
(Silencio. El Profesor toca la espalda de Harriet.)
Harriet- Una advertencia, profesor: mi verdadera identidad debe permanecer oculta. Si la desvela, me pondrá en peligro. Hay gente que querría liquidarme.
Profesor- ¿Quién? ¿Por qué?
Harriet- Hay muchos interesados en que se olvide. Gente que querría cerrarme la boca para que nadie conozca lo que sólo yo recuerdo. Temo por mi vida. Nadie además de usted debe saber quién soy. Absolutamente nadie. Ni siquiera su encantadora esposa, profesor.
(Oscuro. Luz. En la misma noche. Harriet habla y el Profesor toma notas.)
Harriet- … pero no he salido de mi isla para pasarme la vida en un jardincillo, así que, aprovechando que el lechero deja la puerta entornada, pin-pan-pin y ya estoy al otro lado de la valla. Nada más salir veo aquel cartelón: “London 21 miles”. Yo había oído hablar de ese sitio: “Han abierto otro teatro en Londres”, “Jack el Destripador se ha cargado a otra tía en Londres”…
Profesor- “London 21 miles”. ¿Quién la enseñó a leer?
Harriet- ¿Quién me enseñó a leer?... ¡El “Times”! Charly lo sacaba al jardín para hacer el crucigrama. No digo que no me costase, me llevó tiempo, pero tiempo yo tenía de sobra. El caso es que tiro hacia Londres y no llevo reptadas dos yardas cuando chukuchukuchuk, por encima me pasó: ¡El ferrocarril! Al verlo, se despierta en mí una enorme admiración hacia la Humanidad. ¡Qué ignorantes están mis parientes de la isla de lo que el hombre es capaz! ¡La familia humana muy pronto dará alimento y seguridad a todos sus miembros! ¡Los humanos son realmente la última etapa de la evolución! ¡Y yo estoy aquí, asistiendo en primera fila al espectáculo del progreso! ¡Tractores, barcos de vapor, postes telegráficos! ¡Yo misma me siento irresistible, absolutamente moderna! Tan animada marcho que, sólo quince meses después de salir del jardín de Darwin, avisto las afueras de la metrópoli. ¡Qué decepción! ¡Qué desagradable sorpresa, los arrabales en que malviven seres embrutecidos de tanto trabajar y tan poco comer! ¡Qué miedo me dio, el proletariado! Por doquier, pruebas de la infinita capacidad de progreso del género humano, pero también espaldas dobladas y rostros iracundos. La luz eléctrica y el motor de cuatro tiempos, pero también niños esclavos. Angustiada por tan terrible contradicción, ruedo de taberna en taberna lamiendo por los suelos unas gotas con que atontarme, hasta que una noche, en un garito del Soho, veo a un alegre barbudo que agita ante el tabernero unos folios manuscritos. “!Anda, alemán, a casa a dormirla!”. El barbudo se va dando tumbos, olvidando sus papeles. Leo: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Me lo cepillo de un tirón. De golpe, lo entiendo todo: la lucha de clases es el motor de la Historia, el burgués enajena la plusvalía y el capitalismo se autodestruirá al concentrarse la riqueza en manos de unos pocos a los que liquidará el ejército de los desheredados, los cuales se adueñarán de las fábricas, que de escenarios de explotación se transformarán en embriones de la sociedad emancipada; ¿qué tenemos que perder, sino nuestras cadenas? (Canta puño en alto:) ¡Arriba, parias de la Tierra! / ¡En pie famélica legión!...
Profesor- Espere, abuela, no sé si lo he entendido. ¿Era Carlos Marx aquel barbudo ebrio? Marx estuvo exiliado en Londres desde 1849. Pero el “Manifiesto” se había publicado un año antes. Si ese hombre era Marx, lo que usted leyó… ¿Una segunda versión del “Manifiesto Comunista”?
(Toma notas entusiasmado.)
Harriet- A mí el barbudo me ha abierto los ojos, ardo en deseos de unirme al ejército de los parias. “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Pues allí que me voy. Cruzo el Canal y lo primero que hago al pisar suelo francés…
Profesor- ¿Cruzó el Canal de la Mancha? ¿Cómo?
Harriet- ¿Cómo va a ser? Nadando. Lo más duro fue el tema alimenticio: tengo alergia al pescado. (Mira con codicia al hámster.) ¿A qué hora se cena aquí?
Profesor- Que no sea pescado. ¿Lechuga? ¿Hierba? ¿Raíces?
Harriet- ¿Podría ser salchichas de Frankfurt?
(Antes de llamar a Beti, el Profesor advierte a Harriet que se cubra bien la espalda.)
Profesor- ¡Beti! ¡Comida!
Voz de Beti- ¿La cena de ayer o el desayuno de mañana?
Profesor- Lo que sea, Beti. ¡Y salchichas de Frankfurt!
(Beti irrumpe con salchichas de Frankfurt, la cena de ayer y el desayuno de mañana. El Profesor, Beti y Harriet se sientan a la mesa. Beti se santigua.)
Profesor- Yo como en el despacho, y no duermo en el despacho porque la cama no cabe. Si por mí fuera, toda mi vida la haría en el despacho.
Beti- (Sirviendo.) Espero que sean de su gusto, Harriet.
Harriet- Tienen una pinta estupenda, Beti.
(Harriet devora sus salchichas. Atrapa una mosca al vuelo y la engulle, ante las miradas de asco de Beti y el Profesor. Cae dormida. Silencio.)
Beti- ¿Y en qué universidad enseña la señora Harriet?
Profesor- La señora Harriet no es docente. La señora Harriet es un testigo.
Beti- ¿Testigo de qué?
Profesor- La señor Harriet ha visto mucho. Pero lo más importante es la perspectiva. Ella ha visto la Historia desde abajo. A ras de tierra.
Beti- Así que te está contando cosas que ha visto. Desde abajo.
Profesor- Es un testigo excepcional y quiere un notario excepcional. Está poniendo bajo mi custodia sus valiosos recuerdos.
Beti- ¿Y os queda mucho?
Profesor- Lo que quede, Beti, lo que quede.
Beti- Qué piel más rara. Si no tiene pelos.
(El Profesor zarandea a Harriet.)
Profesor- ¿Podemos continuar, Harriet?
Beti- Qué sueño más profundo.
Profesor- (Zarandeándola más fuerte.) ¿Seguimos?
Harriet- (Despertando.) Cuando guste, profesor.
Profesor- Beti, si nos disculpas.
(Beti recoge la mesa demorándose todo lo que puede, con las orejas muy abiertas, hasta que el Profesor le señala la salida.)
Profesor- Estamos en suelo francés, el año… ¿En qué año estamos?
Harriet- 1882. Lo recuerdo bien porque… (Se emociona.) Por un periódico tirado en el suelo me entero de que… Allí está él, su foto: ¡Charly! He visto partir a mucha gente, pero lo de Charly me dolió como si se hubiese muerto mi padre…
Profesor- La acompaño en el sentimiento, Harriet, pero la vida tiene que continuar. Hemos cruzado el Canal buscando el fantasma del comunismo. ¿Lo encontramos?
Harriet- Lo que encuentro es a media Francia queriéndose merendar al capitán Dreyfus, que por ser judío…
Profesor- ¿Necesitas algo, Beti?
Beti- Es que me he olvidado de dar su anchoa a Herodoto.
(El Profesor coge la anchoa, expulsa a Beti y pide a Harriet que siga hablando, mientras él alimenta al hámster.)
Harriet- A Dreyfus le culpan de todas las derrotas de Francia desde Julio César, y yo empiezo a sospechar que ser judío en Europa…
(Oscuro. Luz. En la misma noche. El Profesor ha empezado a trazar sobre un mapa las etapas del viaje de Harriet.)
Harriet- … y la sirena resopla tres veces y los veo alejarse sonrientes, ignorantes de su trágico destino…
Profesor- Un momento, Harriet, alto. (Busca un libro, lo consulta.) En efecto, tras zarpar de Southampton, el Titanic hizo escala en Cherbourg, Normandía. Sin embargo… Algo no encaja. (Consulta otro libro.)… ¿Qué haces ahí, Beti?
Beti- ¿Te importa si vengo aquí a pelar las judías? Escuchándoos me entretengo. Es que a estas horas la radio es un rollo.
(El profesor coge a Beti del brazo, se la lleva con sus judías y vuelve.)
Profesor- El Titanic llegó a Cherbourg el 10 de Abril de 1912.
Harriet- ¿Y?
Profesor- Hace un rato usted dijo haber presenciado la salida del primer vuelo París-Londres sin escalas. Eso fue el 7 de Marzo del mismo año. ¿Cómo pudo estar en Normandía el 10 de Abril si el 7 de Marzo se encontraba en París? Entre París y Cherbourg hay más de trescientos kilómetros. Una barbaridad, a paso de tortuga.
Harriet- Creo que me subí a un tren… Eso es, cogí un tren al enterarme de que el Titanic iba a hacer escala en el norte.
Profesor- Me sorprende que no lo mencionase. Harriet, míreme a los ojos. Míreme a los ojos, Harriet.
Harriet- No, no estuve en lo del Titanic, pero se lo oí contar a uno que sí estuvo.
Profesor- Me ha mentido.
Harriet- Pero poco.
Profesor- ¿Cuántas veces?
Harriet- Tampoco subí a lo alto de la torre Eiffel, la inauguración la vi desde abajo. Como se entusiasmaba usted tanto, me fui animando…
Profesor- De todo lo que me ha contado, ¿qué es verdad y qué es mentira? La segunda versión del Manifiesto Comunista…
Harriet- Lo del Manifiesto es exacto. Mentira mentira, sólo lo del Titanic. Los viejos fantaseamos un poco, pero eso no quiere decir que mintamos.
Profesor- La Historia es una ciencia, Harriet. ¡Objetividad! Me siento decepcionado, Harriet, muy decepcionado. Me da igual lo antigua que sea usted si no puedo confiar en lo que cuenta. Recoja sus cosas y búsquese otro historiador. Le será fácil encontrarlo, la mayoría ya no sabe distinguir entre Historia y Literatura.
Harriet- Profesor…
Profesor- No me lo haga más difícil.
Harriet- Le prometo que no volveré a mentir, ni a exagerar. ¡Objetividad! Sólo lo que vi con mis propios ojos, lo juro. La verdad y nada más que la verdad.
(Pero el Profesor no cede. Harriet va a irse.)
Harriet- Lo del Titanic me lo inventé porque me daba vergüenza hablarle de mi vicio. Yo tenía un vicio. En la Rive Gauche descubrí un fumadero de opio y allí me pasé 1912, entre vapores, perdiendo el tiempo. Bueno, perder el tiempo, según se mire, por allí pasaba todo París: artistas, criminales, políticos… Te enterabas de cosas. Allí oí por primera vez la palabra “bolchevique”. “En Rusia, los bolcheviques han prometido que nacionalizarán la tierra”. “Bol-che-vi-que”: me atravesó como una descarga eléctrica. ¿Qué haces aquí, Harry? ¿Has olvidado lo que te trajo a Europa? ¡El fantasma está en el Este! Y hacia allí dirigí mis patitas.
(Se va. La voz del Profesor la detiene)
Profesor- Espere, Harriet. Le daré otra oportunidad. Pero si vuelvo a pillarla en una mentira, todo habrá terminado entre nosotros. (Arranca una hoja de su cuaderno y borra del mapa el trayecto París-Cherbourg.) No hemos ido a Cherbourg, estamos en París, entre vapores y chismorreos, hasta que esa palabra, “bolchevique”, nos sacude la modorra y dirigimos nuestras patitas hacia el Este.
Harriet- Claro que, a mi ritmo, no piso Alemania hasta 1914. Y estoy haciendo una pausa en Colonia, a la sombra de la catedral, cuando todas las campanas se ponen a repicar y la gente se echa a la calle alegre como en una fiesta. Pero no es una fiesta, es una guerra. Yo no había visto ninguna, ni imaginaba que pudiera existir algo así. Yo había admirado sus máquinas, ¿quién iba a pensar que las usarían para matarse? ¡Progreso! Con sus máscaras antigás, arrastrándose bajo nubes de insecticida, muriendo como chinches, los europeos evolucionaban hacia el insecto. ¡Progreso! Tanta evolución para acabar enloquecidos alrededor de sus horribles himnos y sus ridículas banderas. Qué cosa más idiota, matar por la patria. Aquella guerra la pasé en una trinchera, contando los muertos: uno, dos, trescientos, cuarenta y cinco mil doscientos veinticinco… De cada uno de ellos me acuerdo. Nunca olvidaré la cara del recluta Jacques Didier cuando, mientras leía la carta en que su novia le anunciaba…
Profesor- Al grano, Harriet, no se me pierda en detalles insignificantes.
Harriet- ¿Detalles insignificantes?
Profesor- La cara del recluta cuando leyó la carta de su novia. ¿Qué importancia tiene eso para la Historia?
Harriet- La Historia es también eso. ¡La Historia es sobre todo eso! Las manos temblorosas del capitán Müller cuando perdonó la vida a un desertor, el brillo en los ojos del partisano Mazzola cuando colgó a Mussolini cabeza abajo de un gancho de carnicero…
Profesor- Las manos temblorosas, el brillo en los ojos… Todo eso es literatura, Harriet, y nada más que literatura. ¡Objetividad!
(Silencio.)
Harriet- Objetividad. Mi trinchera es sucesivamente alemana, francesa, alemana, francesa y alemana y está a punto de ser otra vez francesa cuando me trasladan al frente del Este. Bueno, cuando trasladan a Otto, el soldadito en cuya mochila me he metido buscando una miga que llevarme al pico.
Profesor- ¿Usted en una mochila? Será una mochila muy grande.
Harriet- En 1917 yo no peso ni medio kilo.
Profesor- Pero en el dibujo que le hizo mister Darwin… (Saca “El origen de las especies”.) Aquí pone 85 pounds, 3,72 feets.
Harriet- Se refiere a la iguana de debajo. Yo no empiezo a coger peso hasta cumplidos los ciento veinte. Aunque para mí que fueron los gases que me tragué en aquella guerra, humos de todos los colores, los que me hicieron evolucionar tan raramente en la década de los treinta: estas patas, esta voz…
Profesor- No se precipite, Harriet. Todavía estamos en 1917, viajando en una mochila hacia el frente del Este.
Harriet- Yo voy contando los muertos que encontramos por el camino: uno, dos, mil quinientos doce, tres millones doscientos veinticinco…
Profesor- ¡Basta, Harriet! Tanto muerto me deprime.
Harriet- ¿Y qué quiere que yo le haga, si la Historia es un matadero?
Profesor- No me sea pesimista. Piense que, a pesar de todo, la Humanidad marcha hacia algo mejor. ¡La Humanidad progresa!
Harriet- ¿Usted cree?
Profesor- Claro que sí, la Historia es la Gran Maestra. Todos esos desastres son lecciones que nos hacen más sabios.
Harriet- Si usted lo dice… Yo no he visto que la Humanidad aprenda nunca nada.
Profesor- ¿Llegamos o no llegamos al frente del Este?
Harriet- Demasiado tarde. ¡Ya no hay frente del Este! ¡Los rusos han cambiado la guerra por la revolución! ¡El fantasma está en Moscú!
Profesor- ¡Por fin, Moscú!... ¿Qué demonios pasa ahora, Beti?
Beti- (En camisón.) No puedo dormir. Tengo la angustia de los jueves.
Profesor- Pero si hoy es martes.
Beti- Por eso me angustia más.
Profesor- Anda, vuelve a tu cuarto y tómate la pastilla. (La expulsa.) ¡Moscú, Octubre de 1917!
Harriet- Bueno, yo llegué en Diciembre del 22. Es mi sino: siempre llego tarde. Pero no pierdo el tiempo, me voy derecha a la Plaza Roja y me cuelo entre las botazas de los guardias. Casi me desmayo de emoción: allí está, ante un mapamundi, el camarada Vladimir Uilianov Lenin, ¡el fantasma del comunismo! Y a su lado, Stalin, Trotsky y los gemelos Demidóvich.
Profesor- ¡Conoció a los líderes de Octubre!
Harriet- Sobre todo los pies. En aquella época, yo a la gente la conocía por los pies.
Profesor- Lenin, Stalin, Trotsky, los gemelos Demidóvich… ¿Los gemelos Demidóvich?
Harriet- La mano derecha y la mano izquierda de Lenin. Lenin no tomaba una decisión sin consultarles.
Profesor- ¡Los gemelos Demidóvich! ¿Otra de sus trolas, Harriet? Ningún historiador ha mencionado jamás a esos hermanos.
Harriet- Porque Stalin mandó borrarlos de todas las fotografías y tacharlos de todos los documentos.
Profesor- ¡Los gemelos Demidóvich! ¡Qué hallazgo para el Congreso de Tokio! Dígame, Harriet, en aquellos días, ¿cuál era la relación entre Stalin y Trotsky?
Harriet- Stalin no entendía los chistes de Trotsky. Lo que perdió a Trotsky fue el humor judío, que el otro no le pillaba uno. Y encima, como Stalin había estado en un seminario, Trotsky le picaba con chistes de curas. “Llega uno a un confesionario. “Padre, me acuso de ser un pirómano”. Y el cura dice: “Tú lo que eres es un hijodeputa”. A Stalin le enfurecía no entenderlo. O aquel otro que van siete curas y siete monjas en un triciclo…
Profesor- ¿Es cierto que Lenin, antes de fallecer, advirtió al Partido contra Stalin? Acerca de este punto hay discrepancias entre los especialistas.
Harriet- Efectivamente. “Cuidadito con el seminarista”, dijo Lenin a los Demidóvich.
Profesor- “Cuidadito con el seminarista”. ¿Son palabras de Lenin? ¿Está usted segura?
Harriet- Las últimas. Las dijo y expiró. Pero los gemelos no pudieron difundirlas, porque al salir de la alcoba se encontraron con el seminarista, que los invitó a dar un paseo por el Volga y de los gemelos nunca más se supo. A Stalin la siguiente vez que lo veo es dando un discurso en el Soviet Supremo: “La Humanidad tiene enemigos. Ser clemente con ellos es ser inclemente con la Humanidad”. Tan atinado me parece que soy la primera en salir a cazar enemigos de la Humanidad. Pero en seguida se me pasa el entusiasmo. Para defender a la Humanidad, encarcelan al jardinero Ravchenko, que siempre tiene para mí una palabra amable y un puñado de hierba. Y cuando en el verano de 1930 fusilan a la frutera Menchova, que cada mañana me reserva una hoja de lechuga fresca, comprendo que cualquiera puede ser declarado enemigo de la Humanidad y que es cuestión de tiempo que se fijen en las tortugas. Así que me digo: “Harry” –yo todavía me llamo Harry-, “Harry, más te vale cambiar de aires”, y me subo al primer tren hacia el Oeste.
(Bosteza y, súbitamente, se duerme. El Profesor la arropa, procurando que la espalda quede bien cubierta. Oscuro. Luz. De día. Beti está quitando el polvo a los libros del despacho. Harriet duerme aún. El Profesor no está. Beti hace que Harriet despierte.)
Harriet- Buenos días.
Beti- Buenos. ¿Ha dormido bien?
Harriet- Muy bien, gracias. ¿El Profesor?
Beti- En la facultad, en su curso de doctorado sobre su bendito Robespierre. Me alegro de que haya dormido bien, Harriet. ¡Dieciséis horas! Me disgustaría que no se sintiese del todo cómoda. Estoy pensando cómo hacer que se sienta más a gusto todavía.
Harriet- Ahora que lo menciona, encuentro el ambiente un poco seco. ¿No podrían poner un humidificador?
Beti- Me refería a otra cosa. No sé cuánto va a quedarse entre nosotros, Harriet. En lo que a mí respecta, su primer día en esta casa ha sido comer, dormir y ensuciar. He pensado que podría sentirse incómoda con la situación. He pensado que se sentiría menos incómoda si hiciese alguna contribución al bienestar general.
Harriet- Tiene razón, me siento incómoda: comer, dormir y ensuciar. Me ayudaría usted mucho indicándome cómo hacer alguna contribución al bienestar general.
Beti- ¿Qué tal si empieza por rasparme esas manchas, que con la fregona no salen? (Le da con qué raspar.) Y luego me hace los azulejos del baño o se pone con la plancha, lo que prefiera.
(Harriet comienza a raspar manchas del suelo. Mientras hace como que desempolva el cuaderno del Profesor, Beti intenta descifrar lo escrito.)
Beti- … Gemelos Remiróvich… Siete curas y siete monjas… Casi no le entiendo la letra. Con lo redondita que la tenía cuando lo conocí. Me encantaba pasarle cosas a máquina. Yo fui becaria suya. Aquí donde me ve, yo era monísima… Nada, ni jota… Me he pasado la noche pensando en su acento, Harriet. Usted no es de por aquí.
Harriet- Llevo tanto tiempo de viaje que ya no sé de dónde soy.
Beti- También su color es raro. Por aquí han pasado becarias de todos los colores, pero ninguna he visto con esa piel. Así que ha viajado mucho.
Harriet- De aquí para allá.
Beti- Yo nunca he salido. Nunca vamos de vacaciones. El Profesor está siempre tan ocupado… Él sí va por ahí, a sus conferencias y sus congresos, pero prefiere que no lo acompañe, por mí, son tan aburridos esos viajes de trabajo… Él no puede decir que no, él es muy importante, de todas partes lo reclaman. Cada dos por tres que si simposium en París, que si seminario en Río de Janeiro… Por lo visto es pesadísimo, con tanto cambiar de horario y de comida, con lo que le gusta a él saber lo que va a encontrarse en el plato. Así me lo dijo el día que nos pusimos novios: “Yo, Beti, en lo cotidiano no soy hombre moderno. Yo quiero pescado lunes, miércoles y viernes, carne martes, jueves y sábados. Los domingos, arroz con caracoles”. Y no le he fallado en veinte años de matrimonio… Qué bien raspa usted, ¿ve lo mucho que puede contribuir al bienestar general? Hoy en día, a los viejos se les arrincona. La gente ya no valora la experiencia de los abuelos. ¿Tiene usted familia, Harriet? ¿Hijos?
Harriet- Uno tuve. Se me murió.
(Silencio.)
Beti- Ande, deje eso, ya lo hago yo.
Harriet- Si no me cuesta.
Beti- Me da no sé qué verla por el suelo.
Harriet- Si a mí lo que es el suelo no me disgusta.
(Silencio.)
Beti- Tiene que haber un Dios, y un cielo en que usted se reencuentre con su niño.
Harriet- ¿Usted cree?
Beti- ¿Usted no? Yo miro a mi alrededor, tantas cosas, y tan raras, y me digo: “Beti, Dios existe”. Miro un ojo, una cosa tan extraña, y me digo: “Tiene que haber un Dios, Beti”.
Harriet- Lo que hay, Beti, es el azar. El azar y la competencia, así van surgiendo las formas vivas, igual el hámster que el ser humano.
Beti- Va a decirme que nosotras, usted y yo, somos como el pobre Herodoto.
Harriet- En el fondo, sí. La variedad de las especies procede de una forma simple y primordial. Así lo pensaba Charly… Charles Darwin. Vamos, eso he leído. Por lo visto, el tal Darwin no creía en Dios.
Beti- Pues qué triste debió de ser la vida de ese hombre. Tiene que haber un Ser Supremo. Una Inteligencia. Alguien que gobierne todo esto y el más allá. Si no, qué horror, acabarse y no ver nada. Y si no hay Dios, todo está permitido. Si no crees en Dios, no crees en nada.
Harriet- En casi nada, Beti, en casi nada. Basta aguantar el tiempo suficiente para descubrir que esa verdad en la que crees tan firmemente, también ésa caerá. Es cuestión de tiempo. Hay que ir adaptándose, a las creencias como a todo lo demás. Mi lema: “Vivir es adaptarse”. Que me dicen que raspe, pues raspo. A veces pienso si no seré demasiado resignada, pero así es como he ido tirando para adelante. A mi ritmo, sin agobiarme. Soy vieja y lenta, las dos cosas que menos se valoran hoy en día, pero aquí estoy, porque me adapto. Los demás quieren llegar los primeros y se estrellan. Como aquel chulito, Aquiles, el de los pies ligeros. Según cuenta Zenón de Elea…
(Se duerme súbitamente sin que Beti, que sigue limpiando, se percate de ello.)
Beti- Ni siquiera hicimos luna de miel. Yo me compré un bikini pensando que iríamos a la playa, de lunares, que se llevaban aquella temporada, pero llega la víspera y dice: “Eso de la luna de miel antes no se estilaba. Eso de la luna de miel es un invento moderno”. Y ahí se quedó, en el cajón, muerto de risa, un bikini de lunares que ya se habrá pasado de moda varias veces… ¿Le ocurre algo?, ¿se encuentra bien? (Le toma el pulso.) ¡Harriet!
(Oscuro. Luz. Beti da de beber a Herodoto. Harriet no está.)
Beti- Despacio, Herodoto, que te da el flato.
(Llega el Profesor de su curso de doctorado. Observa perplejo.)
Profesor- ¿Dónde está?
Beti- Se empeñó en ayudarme a limpiar. Le dio un vahído. No conseguía moverla. Llamé a una ambulancia.
Profesor- ¿Llamaste a una ambulancia? ¿Cómo has podido hacer eso?
Beti- Estaba como en coma. Creí que se moría.
Profesor- ¿A qué hospital se la llevaron?
Beti- Lo dijeron, sí… Lo mencionaron… No, no voy a acordarme.
Profesor- Un esfuerzo, Beti.
Beti- Ay qué mala cabeza tengo.
Profesor- Haz memoria o no la volvemos a ver.
Beti- ¿Y qué pasa si no la volvemos a ver? Ni que fuera la gallina de los huevos de oro. A mí sólo me ha dado problemas.
Profesor- Por favor, Beti, tienes que recordar, es muy importante.
Beti- ¿Por qué es “muy importante”?
Profesor- Es científicamente importante.
Beti- Ha pasado la noche en tu despacho. A mí no me dejaste entrar hasta el séptimo año de matrimonio. ¿Crees que no me duele, que mi marido se encierre en su despacho con una señora?
Profesor- No es una señora, ¡y tiene casi doscientos años!
Beti- ¿?
(Silencio. El Profesor se arrepiente de haber hablado. Pero decide confiarse a Beti.)
Profesor- Al principio creí que estaba majara. Le seguí la corriente, por si acaso. No estoy seguro al cien por cien, cosas que cuenta me hacen dudar, pero creo que sí, que podría ser quien dice ser. Harriet Robinson puede ser la tortuga de Darwin.
Beti- ¿Qué?
Profesor- Darwin lo tenía previsto. “Evolución exponencial bajo estimulaciones extraordinarias”. ¿A qué hospital, Beti? Tienes que acordarte.
Beti- Pero entonces… Hemos pasado la noche con un monstruo. ¡Un monstruo en nuestra casa! ¡Animales que hablan! ¡Es el fin del mundo! (Se santigua.) ¿Y tú quieres ir a buscarla? ¿Para traerla aquí otra vez? Si ese bicho vuelve, le pego un tiro.
Profesor- No entiendes nada. Harriet es un archivo con patas. Su cabecita encierra doscientos años de Europa. ¡Los historiadores del mundo se rendirán a mis pies! ¡Aunque tenga que recorrer todos los hospitales de este país, yo te encontraré, Harriet Robinson!
(En el hospital, el Doctor observa una radiografía. Suena el teléfono.)
Doctor- (Al teléfono.) ¿Sí?... ¿Pariente?... Hmm… Hazle pasar.
(Cuelga. Continúa observando la radiografía. Entra el Profesor. El Doctor le invita a sentarse.)
Profesor- ¿Cómo está Harriet, doctor?
Doctor- Fuera de peligro. Las pruebas muestran que, en realidad, nunca estuvo en peligro. Fue una especie de desconexión. Una suspensión de su metabolismo.
Profesor- Entonces, ¿puede volver a casa?
(Silencio.)
Doctor- ¿Puedo preguntarle cuál es su relación con la paciente?
Profesor- Somos amigos. Colegas y, sin embargo, amigos. Me está echando una mano en la redacción de un libro.
Doctor- ¿Desde cuándo la conoce?
Profesor- Me la presentaron hace quince años, en el trigésimo cuarto Simposium Mundial de Historia Contemporánea.
Doctor- ¿Conoce a sus padres?
Profesor- No he tenido el gusto.
Doctor- ¿A algún pariente directo?
Profesor- Tampoco.
(Silencio.)
Doctor- En cuanto vieron las radiografías, los médicos de urgencias pensaron que yo personalmente debía hacerme cargo de la señora Robinson. Le he practicado un examen completo. En treinta años de profesión no me he encontrado un caso así. Vamos a tener a su amiga en observación durante algún tiempo.
Profesor- ¿Qué?
Doctor- Observe. (Le muestra la radiografía.) Fíjese en esa formación ósea en su espalda.
Profesor- Ah, eso. Harriet me habló de ello. Es una enfermedad cutánea. Una especie de alergia.
Doctor- Observe, está conectada a la columna vertebral, es una extensión de la columna. Igual que en las tortugas, cuya columna está fusionada a la concha. Es la afinidad más llamativa, pero hay otras. El sistema circulatorio, el respiratorio… También esa desconexión, esa suspensión metabólica parecida a un coma, es típica de las tortugas. Lo hacen para ahorrar energía, por eso viven tanto. También la temperatura, la presión arterial… Harriet tiene rasgos biológicos propios de un quelonio. No se ha documentado caso análogo en ningún lugar del mundo. Estamos ante un gran misterio. Mi hipótesis es que Harriet padece una malformacion genética cuya causa me propongo determinar.
(Silencio.)
Profesor- Doctor, tiene que devolvérmela.
Doctor- ¿Cómo devolvérsela? ¿Es suya?
Profesor- ¿En qué habitación la tienen?
Doctor- La señora Robinson puede abandonar el hospital cuando lo desee, es mayorcita. Pero no creo que se vaya, parece muy contenta en la mejor habitación del hospital, en un barreño lleno de salchichas.
Profesor- Usted no sabe con quién está hablando. Soy catedrático de la Facultad de Historia, miembro de la Academia de Historia y profesor invitado en la Universidad de Pittsburg. Harriet es mi colaboradora en un proyecto de enorme trascendencia. Le ruego que la haga volver a mi casa.
Doctor- Es usted el que no sabe con quién habla. Además de director de este hospital, soy catedrático de Medicina Interna, miembro de la Academia de Ciencias y profesor invitado en la universidad de Michigan. La paciente se quedará aquí el tiempo que yo considere necesario.
Profesor- Usted ignora el valor que tiene Harriet para la Historia. La memoria de Harriet es un tesoro. Harriet es… Harriet es la tortuga de Darwin.
Doctor- ¿?
Profesor- Salió con Darwin de las Galápagos en 1836. Ha sobrevivido a once papas y a treinta y cinco presidentes americanos. ¡Ha visto la Revolución de Octubre y la Perestroika!
(Silencio.)
Doctor- Así pues… Harriet no es una mujer con rasgos quelónidos, sino un quelonio que ha desarrollado rasgos antropomórficos. Una tortuga que ha adquirido la posición eréctil, el lenguaje ¡y el pensamiento! ¿Entregarle un archivo biológico tan importante? ¡Jamás!
Profesor- Un archivo biológico, ¿eso es Harriet para usted? ¡Harriet es un archivo histórico! ¡Y es mío! ¡Mío!
Doctor- ¡El secreto de la voz humana! ¡El misterio de la razón! ¡Un animal con libre albedrío!
Profesor- Yo la encontré, todavía tiene mucho que contarme… ¡Vamos por 1930!
Doctor- Profesor, voy a hacerle expulsar del hospital, usted me obliga a ello.
(Va a hacerle expulsar. El Profesor lo detiene.)
Profesor- Doctor, usted y yo compartimos un secreto. Si yo rompo ese secreto, si desvelo quién es Harriet, se echará sobre ella toda clase de gente sin escrúpulos: zoos, televisiones, universidades americanas… En tal caso, no será de provecho ni para su ciencia ni para la mía. A la Medicina y a la Historia les conviene que usted y yo lleguemos a un acuerdo.
Doctor- ¿Un acuerdo?
Profesor- Los días pares, Harriet es suya; nones para mí.
(Silencio. Con un apretón de manos, el Doctor y el Profesor sellan el pacto.
En el despacho del Profesor, Beti contempla a Harriet con una mezcla de asco, miedo y fascinación.)
Beti- ¿Puedo?
Harriet- Toque, toque. Cuando nacemos, el caparazón es como papel de fumar, pero en seguida se vuelve tan duro que sólo el tiburón tigre nos hinca el diente.
Beti- (Acariciando la espalda de Harriet.) Es… Es increíble. El Profesor me lo ha explicado cien veces, pero a mí no me entra en la cabeza. ¿Por qué es usted así, Harriet?
Harriet- He evolucionado.
Beti- Pero mucho.
Harriet- Las circunstancias.
Beti- Ya, ya, la teoría ésa, eso de que venimos del mono.
Harriet- No exactamente. Las formas vivas se adaptan al entorno para sobrevivir. Y así aparecen las rayas de la cebra, la bolsa del canguro o el bigote de la gamba.
Beti- Pero entonces… ¿No hay alma? ¿No hay Dios? ¿No hay más allá?
Harriet- No, Beti, no. Piense un poco: ¿Se imagina un cielo para las tortugas? Todo está aquí, Beti, todo es materia y nada más que materia. Usted, yo y el infeliz de Herodoto. El universo no tiene propósito. Y, sin embargo, a partir de la materia sin sentido surge todo lo que hay, el cerdo, la margarita y la idea de pentágono. ¿Cuál es el mecanismo de ese proceso? La lucha por la vida, en la que se imponen los más aptos.
(Desconfiada, Beti quita el hámster de delante de Harriet.)
Beti- ¿Puede volver a hacer lo de la cabeza?
(Harriet esconde la cabeza en el caparazón. Beti aplaude, entusiasmada.)
Harriet- Si es muy fácil. Pliego el cuello y hago un movimiento en “u”.
(Beti aplaude más.)
Harriet- No tiene mérito. Nuestras patas y cuello son retráctiles. Mire, me cierro como una caja, ande, intente meterme mano, inténtelo, ja, ja, ja, cosquillas no, Beti, ja, ja, ja…
Profesor- Beti, ¿puedes dejarnos trabajar?
(El Profesor ha entrado en el despacho. Beti va a retirarse.)
Beti- (Al Profesor.) Ya he dicho a Harriet que puede confiar en mí. (A Harriet.) Harriet, su secreto es nuestro secreto.
(Beti se retira. El Profesor abre su cuaderno.)
Profesor- Verano de 1930: Stalin impone el terror en la Unión Soviética. Usted viaja en un tren hacia Occidente.
Harriet- Por la ventanilla miro Europa, bueno, lo que queda de Europa. Doce años han pasado desde la guerra, pero el paisaje sigue siendo un océano de ruinas, más vale cerrar los ojos y soñar otra cosa. Cuando abro los ojos, estoy precisamente en el mejor sitio del mundo para soñar: ¡París! Pero apenas salgo de la Gare d´Austerlitz cuando una mano me mete en un saco. “Se acabó, Harry. Has sobrevivido a una guerra y a una revolución para acabar en una sartén”. Qué va, acabo de convertirme en “objet trouvé” de un artista de vanguardia. 1930: el año en que fui obra de arte. El vanguardista me da brochazos de todos los colores y me pega en la concha un bote de mermelada, un neumático, un sombrero de copa…
Profesor- ¿Un neumático? ¿Cómo de grande es usted?
Harriet- Por entonces ya he ensanchado un poco. El caso es que con esas porquerías encima me exhiben en una fiesta surrealista bajo el título de “Maison vivante”, junto a un caballo pintado de ajedrez y a un señor desnudo cubierto de purpurina. Puede ver foto de esa soirée en la “Histoire de l´Avantgarde”, el flaco que me besa el pico es Salvador Dalí. Son días frenéticos, días de embriaguez y de delirio. Nunca me he sentido tan ágil, tan veloz. De aquella gente aprendí que la realidad pesa menos si sabes escapar con la fantasía. Ellos me enseñaron a viajar con la imaginación. Por cierto, ¿qué hay de lo mío, Profesor?
Profesor- ¿?
Harriet- Mi viaje. Las Galápagos.
Profesor- Estamos en ello. No es fácil, Harriet. Por los medios regulares, no hay modo. Estoy buscando en el mercado negro.
Harriet- ¡Un viaje clandestino! ¿Marítimo o aéreo?
Profesor- Pronto podré decirle algo concreto. Por favor, Harriet, no se me distraiga. Volvamos a ese París de embriaguez y de delirio.
Harriet- Allí aprendo a imaginar. Yo nunca había tenido fantasías. Me echo boca arriba y todo se pone del revés. Imagino que soy la reina de Inglaterra. Imagino que soy de cristal. Imagino que me crecen las patas y me sale crin de caballo y cabalgo colina abajo montada por un piel roja. Imagino que se me cae el caparazón y me vuelvo ligera como una bailarina del Moulin Rouge…
(Boca arriba, baila el can-can.)
Profesor- ¿Qué pasa ahora, Beti?
Beti- Quiero decirte algo.
Profesor- A las doce en punto la señora Robinson tiene que volver al hospital. Entonces tú y yo tendremos tiempo para hablar de lo divino y de lo humano. Hasta entonces, por favor…
(La acompaña a la puerta.)
Beti- Sólo quería decirte que estoy muy contenta de que Harriet haya vuelto.
Profesor- Me alegro de que estés contenta, Beti.
Beti- Cuando te vi volver a casa con ella, me pareció horrible. Pero he reflexionado y ahora lo veo de otra manera.
Profesor- Estupendo.
Beti- Tengo una idea. La estoy madurando.
Profesor- Bien.
Beti- Cuando la tengo madura del todo, te la cuento.
Profesor- Magnífico.
(Consigue sacar a Beti del despacho.)
Profesor- 1930: el año en que Harriet Robinson fue obra de arte.
Harriet- Fue un sueño, pero duró poco. Es lo malo que tiene ser obra, se encapricha de ti un coleccionista y a saber dónde acabas. Yo en Berlín, con la señora Schumann, que me aficiona a las salchichas y me pasea con correa, como un perrito. Un día vemos una muchedumbre bajando por la Friedrichstrasse. Frau Schumann decide seguir al gentío y acabamos en un estadio. Guau, en mi vida había visto tantas personas juntas. En esto, sube a la tribuna un hombrecillo de aspecto payasesco. Pero la gente no se ríe, la gente escucha con solemne atención las palabras del payaso: “Los alemanes somos los mejores. ¿Por qué, si somos los mejores, perdimos la guerra? Por culpa de los judíos y de los comunistas”. Yo me digo: “La gente recuerda cómo fueron las cosas, payaso; van a hacerte callar y, si sigues contando mentiras, te darán una buena paliza”. Pero qué va, nadie protesta, y cuando el payaso dice “Todo es posible. ¡Todo es posible!”, miles, decenas de miles levantan sus manos y gritan como una sola garganta “!Heil, Hitler!”. Entonces me doy cuenta de que el payaso es un tipo peligroso. Pero es demasiado tarde, yo misma siento que la voz del payaso ha tocado mi corazón y levanto mi patita y sumo mi chillido de tortuga a millones de gargantas entusiasmadas, “!Heil, Hitler!, ¡!Heil, Hitler!!”, es una fuerza incontenible, nunca he sentido tanta energía dentro de mí, “!!!Heil, Hitler!!!”, y en mi corazón animal se levanta una promesa: “Todo es posible”. También Frau Schumann sale trastornada. Ya no será nunca la amable señora Schumann que me compró en París. Lo primero que cambió fue su lenguaje. Ahí empieza siempre todo, en las palabras. Lo he visto en todas partes: las palabras preparan muertes; las palabras matan. Las palabras marcan a la gente que hay que eliminar: “burgués”, “comunista”, “judío”, “fascista”, “terrorista”… A la señora Schumann le cambia el lenguaje y una noche sale a la calle a quemar libros. Yo también, también yo echo libros a la hoguera, es excitante, las llamas se elevan bellísimas hasta el cielo. Quemo “El Quijote”, quemo “La metamorfosis”, quemo “El Manifiesto Comunista”, ¡quemo “El origen de las especies”!… De pronto, me da miedo mi alegría y me digo: “Si hoy quemamos libros, mañana quemaremos gente”. Y me alejo del fuego, como escapando de mí misma.
(En el hospital. El Doctor se pone bata blanca y guantes de látex.)
Doctor- Hay gente a la que da miedo una bata blanca, y canallas que disfrutan metiendo miedo con sus batas y sus guantes de látex. Yo no quiero darle miedo, Harriet. Yo quiero que usted sea feliz conmigo y yo ser feliz con usted. Yo tengo una visión, y usted está en el centro de esa visión.
(Con una linterna mira dentro del caparazón de Harriet. Examina el cuerpo de ésta y habla a una grabadora.)
Doctor- “Geochelone elephanthopus”, clase reptiles, orden quelonios, suborden criptodiros, familia estudínidos. Pico córneo afilado, si bien ha desarrollado dientes. Sexo convexo propio de las hembras. Peso ciento cincuenta kilogramos, longitud ciento sesenta centímetros, edad ciento noventa y nueve años.
(Examina las extremidades de Harriet.)
Doctor- (A la grabadora.) ¿Recuerda cuándo y dónde se puso en pie por primera vez?
Harriet- (A la grabadora.) Abril del 37, en un pueblo llamado Gernica. Llegué a España huyendo de la catástrofe que veía venir, sin saber que la catástrofe se estaba ensayando allí, en España. Creía que en la guerra del 14 ya había visto de todo, pero no: me falta presenciar un bombardeo aéreo sobre población civil. Cuando el cielo se cubre de aviones, pienso: “No van a hacerlo. No van a tirar bombas sobre mujeres y niños”. Lo hacen. ¡Huya quien pueda! Yo maldigo mi lentitud, que me condena a morir abrasada, creo morir. Con toda mi alma deseo ponerme en pie y correr. Y eso es lo que, para mi asombro, sucede. Siento un dolor agudo aquí, en la ingle, me escuecen las piernas, pero el miedo me empuja a seguir corriendo. En el camino tropiezo con una vieja muerta, me pongo su ropa y sigo sin mirar atrás. Adelante, Harry, sin mirar atrás.
(En el despacho del Profesor.)
Harriet- Después de lo de España, no sabía dónde meterme. Se decía que Suiza era el sitio menos malo donde estar. Y allí me los encuentro, de incógnito, a los dos caballeros. Verlos abrazados me confunde mucho.
Profesor- Harriet, es usted un personaje muy interesante. No necesita fantasear.
Harriet- No fantaseo, asistí a esa cita. En persona, por así decirlo.
Profesor- El pacto Hitler-Stalin fue negociado por los ministros de Asuntos Exteriores: von Ribentropp y Molotov. Ribentropp lo firmó en Moscú en nombre de Hitler. No hubo un encuentro personal entre Hitler y Stalin.
Harriet- Sí lo hubo. Éramos siete en total: ellos dos, sus ministros, los traductores y yo.
Profesor- Ningún historiador ha hablado nunca de ese encuentro. ¡Seré la estrella en Tokio!
Harriet- El ambiente estuvo tenso hasta que empezaron a hablar de los judíos. “¿Cuántos judíos tiene usted?” pregunta el payaso. “Unos cuantos millones y Trotsky”, responde el seminarista. Se parten de risa. Entonces Molotov saca una tarta con forma de Polonia y se la meriendan.
Profesor- ¿Hablaban así delante de usted?
Harriet- Nadie mide sus palabras ante una tortuga.
Profesor- Pero… ¿seguía siendo tortuga? ¿No dijo que en Guernica se había puesto en pie?
Harriet- Desde Guernica, soy vieja o tortuga según me convenga. Meto la ropa en el caparazón, me echo y soy una tortuga. Me incorporo, me visto y soy una vieja jorobada. Durante la guerra, en todas partes resulta peligroso ser tortuga, porque en todas partes hay gente hambrienta capaz de comerse cualquier cosa. Pero a veces es más peligroso ir de vieja, a causa de este pico, que algunos toman por nariz hebrea. Ser tortuga es más peligroso que ser persona, pero ser judío es más peligroso que ser tortuga. Y en una de éstas, yendo de vieja, unos soldados alemanes me paran y me meten con un montón de gente en un tren de ganado. Y menos mal que se me ocurre tirarme al suelo del vagón, desnudarme y regresar a mi ser de tortuga. Lo que luego veo es extraño como una pesadilla, y aún hoy me pregunto si no fue una pesadilla. El tren frena, las compuertas se abren, ladridos, luces cegadoras…
(Silencio.)
Profesor- Vamos, Harriet, ¿qué sucede?
Harriet- Esto preferiría saltármelo.
Profesor- Hicimos un trato.
Harriet- Es más duro de lo que pensaba. Yo nunca le había contado mi vida a nadie. Yo nunca había sentido nostalgia, ni melancolía. De pronto, lo recuerdo todo: el brillo del Danubio un veintiocho de Marzo, los ojos de un guapo muchacho en Ponte Vecchio… Y también cosas malas, cosas que preferiría olvidar. Todas esas catástrofes, todos esos muertos, yo los llevo dentro. Para vivir hay que olvidar, y cuando se ha vivido mucho hay que olvidar mucho. Mi memoria es dura como una segunda concha, y muy pesada, el pasado me pesa como una joroba. De golpe, siento el peso de tantos muertos. Y al mismo tiempo he descubierto que tenía una deuda con ellos, que olvidarlos sería como darles una segunda muerte. Hay que recordarlos, por mucho que duela.
(Silencio.)
Harriet- El tren frena, las compuertas se abren y a la gente la separan en fuertes y débiles. A los flacos, a los viejos, a los niños, los hacen subir por una rampa, los desnudan, les cortan el pelo y los meten en una especie de hangar. De allí los sacan en carretillas y los queman en un gran horno. Todo, desde el tren hasta la chimenea, todo funciona como una máquina. Yo lo veo subida a un montón de gafas, porque a la gente le quitan las gafas. Entonces comprendo que se ha cumplido la promesa del payaso: “Todo es posible”.
(En el hospital. En un cronograma, el Doctor ha comenzado a dibujar las hipotéticas fases de la evolución de Harriet de tortuga a mujer.)
Doctor- Diga “Nomenklatura”.
Harriet- Nomenklatura.
Doctor- Diga “Perestroika”.
Harriet- Perestroika.
(El Doctor examina la garganta de Harriet.)
Doctor- (A su grabadora.) Cuerdas vocales parecidas a las del mono, aparato fonador semejante al de un niño de cinco años. Harriet, ¿recuerda cuándo empezó a hablar?
Harriet- (A la grabadora.) La primera palabra no la digo hasta los ciento treinta años de edad, pero tres meses después construyo frases gramaticalmente correctas con sujeto, verbo y predicado, al año domino el pretérito de subjuntivo y en 1945 pronuncio mi primera oración en voz pasiva: “Una gran bomba ha sido arrojada sobre una isla”.
Doctor- Aquella primera palabra, ¿recuerda cuál fue?
Harriet- Mi primera palabra es “No”.
Doctor- ¿Recuerda en qué contexto la pronunció?
Harriet- Varsovia, abril del 43, en el ghetto.
Doctor- ¿Puede ser más explícita?
Harriet- Hay unos alemanes buscando judíos. Yo ya he estado en Auschwitz y sé lo que eso significa. Veo acercarse a un crío. Pienso: “!No!”. El pensamiento me sale por la boca: “!No!”. Qué sorpresa, sentir que la palabra pasa de la mente a la boca y de la boca al mundo: “!No!”. El resto brota como un chorro: “!Ven! ¡Métete aquí!”. Escondo al niño en mi caparazón. Los alemanes sólo ven una tortuga.
(Silencio. El Doctor medita.)
Doctor- (A la grabadora.) Hipótesis: el lóbulo parietal del hemisferio izquierdo, sede de las funciones lingüísticas, es más complejo que el de una tortuga no evolucionada. Para confirmarlo, vamos a inyectar en el cerebro de Harriet un marcador de peroxidosa cuyo recorrido seguiremos a través del escáner.
(El Doctor inyecta a Harriet.)
Profesor- ¿Me está escuchando? ¿Me oye? ¡Harriet!
Harriet- ¿Eh?
Profesor- ¿Dónde tiene la cabeza, Harriet? Desde que va con ese hombre, no es usted la misma. He hecho averiguaciones. Su doctor a punto estuvo de ser expulsado del Colegio de Médicos. Tiene prohibido ejercer en dos continentes a causa de un crecepelo que inventó. Ya en el cole le llamaban “El siniestro Petrovic”.
Harriet- Lo del crecepelo lo sabía, me lo contó él mismo. Fue auténtica mala suerte.
Profesor- ¿Se lo pasa bien con ese hombre? ¿Qué hace con él?
Harriet- Él me examina.
Profesor- ¿La examina? ¿La examina qué?
Harriet- De todo. Me corta cosas y las mete en tarritos con etiquetas.
Profesor- ¿Le corta cosas?
Harriet- Trocitos.
Profesor- Y usted ¿qué dice? ¿No le molesta que él haga eso?
Harriet- A mí es que me da pena el doctor, que se esfuerza tanto y que está tan solo, que no tiene una mujer como usted tiene. Siempre acabo diciéndole: “Adelante, doctor, hágame lo que tenga que hacerme”.
(Silencio.)
Profesor- Harriet, usted se ha convertido en alguien muy importante para mí. Usted ha puesto mi vida patas arriba. El doctor está solo, pero yo estoy mal acompañado. Beti no es mi idea de lo que debe ser una compañera. Harriet, ¿qué piensa del amor?
Harriet- Según Charly, el amor es una táctica de la especie para sobrevivir.
Profesor- Por aquí han pasado muchas becarias, pero lo que siento por usted no lo he sentido por nadie. Cuando la miro, siento que tengo ante mí… ¡La Historia! Siento como si pudiera tocar la Historia con los dedos.
(La toca.)
Profesor- Berlín, 1945. Usted se da cuenta de que se ha quedado preñada, pero no sabe si de ruso o de alemán.
Harriet- En eso no se distinguían, a unos y otros igual les daba nieta que abuela. El bebé me nació flaquito y pálido, pero tenía una sonrisa preciosa. Por él me puse apellido, pensé que mi niño necesitaba uno y me puse Robinson para que le diese fuerza.
Profesor- ¿Para que le diese fuerza?
Harriet- “Sugar” Ray Robinson, campeón del mundo del peso medio, 202 combates, 175 victorias, 108 por KO. Pensé que llevar su apellido le haría vigoroso. Créame, hice lo que pude por sacarlo adelante, pero la postguerra fue durísima. (Le puede la emoción.) No supe defenderlo, a mi niño.
Doctor- ¡Dio a luz una cría!
Harriet- Más bien un crío.
Doctor- ¿Cómo era?
Harriet- Muy mono.
Doctor- Pero ¿humano o animal?
Harriet- A esa edad, apenas hay diferencia.
Doctor- Pero ¿tuvo usted un huevo o se le hinchó la tripa?
Harriet- No recuerdo.
Doctor- Tiene que hacer memoria. Es esencial saber si también su sistema reproductor ha evolucionado, y si los cambios adquiridos se confirman en la siguiente generación. Veamos: ustedes las tortugas hacen sus puestas, que pueden ser de hasta diecinueve huevos, en un hoyo de veinte centímetros de diámetro…
Harriet- ¿Cómo dice que lo hacemos?
Doctor- Con las patas traseras cavan un hoyo, ponen los huevos y los cubren de tierra. (Lo actúa, para mostrar cómo hacen las tortugas.) Allí los abandonan para que los incube el sol. La cría sale macho o hembra según la temperatura de incubación, por encima de 29 grados salen mujercitas. Si es que salen, porque muchos huevos son presa de gaviotas, cangrejos y hormigas. Y luego, si consiguen salir, tienen que enfrentarse a perros, mapaches e iguanas. Así es como nacen las tortugas.
Harriet- Pues yo no lo hice así. Eso de abandonar a mi niño en un hoyo, estoy segura de que no lo hice.
(Silencio. El Doctor medita.)
Doctor- (A la grabadora.) En la próxima sesión, cruzaremos a Harriet con un ejemplar macho. Procedamos ahora a examinar su aparato reproductor.
(El Doctor procede.)
Beti- El Profesor me ha contado que usted hizo el acto con un hombre.
Harriet- Ruso. O alemán.
Beti- ¿Y le gustó?
Harriet- No. Pero con los siguientes, le fui encontrando el punto.
Beti- ¿Con los siguientes?
Harriet- Ya con el segundo, un paracaidista escocés que me cayó encima, con ése ya fue otra cosa. Me seguían gustando las tortugas macho, pero descubrí que me gustaban más los hombres. Macho. Y advertí que también a ellos, hay algo en mí, en esa parte de mí, que se conoce que es distinta de la misma parte de la mujer mujer, algo anfibio que atrae a los varones.
Beti- Pero usted está con un hombre y… ¿No se lo dice?
Harriet- ¿El qué?
Beti- Lo suyo.
Harriet- ¿Mi edad? Nunca.
Beti- ¿No cree que ellos tienen derecho a saber que se están acostando con un animal?
Harriet- ¿Y si se cortan?
Beti- Harriet, ¿no tiene usted principios morales?
Harriet- No muchos, Beti, no muchos.
Beti- Yo en cambio estoy cargada de principios y así me va, en una sociedad corrupta en la que todo quisque va a lo suyo. El profesor, sin ir más lejos. Ya verá como vuelve de Tokio con las manos vacías, nunca me trae nada, nunca tiene un detalle. El domingo, cuando entre por esa puerta, lo primero que dirá será: “¿Te acordaste de cambiar el agua a Herodoto?”. Así es el Profesor. Y ese doctor, ése debe de ser otro egoistón de tomo y lomo. Porque la aprecio a usted, me duele ver cómo la tratan esos dos. Qué ajetreo de casa en casa, qué tortura.
Harriet- Muchos abuelos viven así, de casa en casa, y van tirando.
Beti- Y andar de noche por ahí, de aquí al hospital, del hospital aquí, con la de racistas que hay en este barrio, que cualquier día le dan un disgusto. Me parece injustísimo que viva en estas circunstancias, valiendo lo que vale. Porque usted vale mucho, Harriet. ¿Puedo preguntarle algo?
Harriet- Vale.
Beti- ¿Es verdad lo que se cuenta entre Kennedy y Marilyn?
Harriet- Yo no estaba allí, yo en América nunca he estado. Pero cuando Kennedy visitó Berlín, se detuvo ante un escaparate, una joyería, y le dijo al secretario de Estado: “Vamos a tener un detalle con la rubita”.
Beti- Sabe tantas cosas interesantes, Harriet… He estado pensando en usted, en su futuro. Harriet, usted… ¿Podemos tutearnos?
Harriet- Vale.
Beti- Voy a serte franca. Estás perdiendo el tiempo.
Harriet- ¿Sí?
Beti- Con lo bien que podrías vivir... ¿Qué te parecería protagonizar un documental de “Nacional Geographic”?
Harriet- Hombre…
Beti- Ya sé, también a mí me preocupa: tu seguridad. Vas a tener guardaespaldas, Harriet, como las grandes estrellas. Porque tú vas a ser una estrella. Estoy dándole vueltas a un show.
Harriet- ¿Un show?
Beti- Te estoy escribiendo un libreto. Ameno, alegre, que la gente no va al teatro a que le cuenten desgracias. (Prueba a Harriet distintos peinados, buscando uno con el que esté guapa.) ¿Crees que podrías bailar?
Harriet- Es el sueño de mi vida, bailar, pero con este yunque que llevo encima…
Beti- ¿Y cantar? Tienes un timbre tan bonito…
(Harriet canta.)
Beti- Ya lo estoy viendo: “La tortuga de Darwin”.
(Saca un esbozo de cartel con la leyenda “La tortuga de Darwin”. En él se ve a Harriet con un vestido espectacular.)
Beti- Como la gente no se creerá que eres una tortuga, como pensarán que eres una actriz disfrazada, al final del show les dejamos subir a tocarte. Pero pagando. Tú no vas a tener que ocuparte de nada, yo me encargo de todo, yo soy tu representante. Te he preparado un contrato.
(Lo pone ante Harriet y le tiende una pluma. Harriet va a firmar. Se detiene.)
Harriet- ¿Qué quiere decir “exclusividad por cincuenta años, renovables automáticamente por cincuenta más”?
Beti- Tú firma y luego te lo explico.
(Harriet va a firmar. Se detiene.)
Harriet- ¿Y el Profesor?
Beti- ¿El Profesor?
Harriet- Tengo un compromiso con él. Yo le cuento mis recuerdos y él me lleva a las Galápagos.
Beti- Harriet, no serías la primera mujer defraudada por el Profesor. Su proyecto de cátedra lo plagió de una becaria portuguesa. Cuando te haya exprimido bien exprimida, me pedirá que te convierta en croquetas. Has tenido suerte de que yo esté aquí, yo voy a sacarte de esta casa siniestra a la que no vamos a volver jamás. ¿Quieres ir a las Galápagos? Firma y yo te llevo a las Galápagos.
Profesor- ¡Hola, Harriet!... Hola, Beti.
Beti- Te hacía volando a Tokio.
Profesor- Estaba en la cola, con la tarjeta de embarque en la mano, y me he dicho: ¿qué se me ha perdido a mí en Tokio, teniendo a Harriet en casa? (Saca un paquete y se lo da a Harriet, que lo desenvuelve.) Auténticas de Frankfurt. Las encontré en una tienda del aeropuerto. (Mira el reloj.) Aún nos queda un ratito. (Deja la maleta y abre su cuaderno.) Yalta 1945: Truman, Churchill y Stalin se reparten Europa mediante un curioso juego de dados. Harriet, ¿podría describir las reglas de ese jueg…? (Descubre el contrato.) ¿Qué significa esto?
(Beti lleva aparte al Profesor, para que Harriet no oiga.)
Beti- Significa que podemos sacarle rendimiento. Pasta.
Profesor- ¿Podemos? No veo mi nombre por ninguna parte.
Beti- Por no molestarte. Bastantes preocupaciones tienes ya.
Profesor- ¿Qué es esto de “La tortuga de Darwin”?
Beti- Un espectáculo. Teatro.
Profesor- ¿Teatro?
Beti- Teatro científico. Didáctico, para que los padres puedan llevar a los niños. He pensado que tú salgas al principio y hagas una introducción. Y si Harriet se traspone, también ahí sales tú, “Ahora vamos a darles algunas informaciones útiles”, y les recomiendas algún librito tuyo, que a la gente le gusta comprar libros. Y luego amplías lo que esté hablando Harriet, pero en plan pedagógico, con ejemplos. Que Harriet habla de Rusia, pues tú les dices: “Supongamos que hacemos aquí un comunismo”. Y se lo explicas a la gente, pero ligerito, que lo que no se puede es aburrir a la gente, que eso de reunir a la gente en un teatro para que se aburran juntos, eso yo no lo concibo.
Profesor- No lo consentiré. No dejaré que conviertas a Harriet en un fenómeno de barraca de feria.
Beti- ¿Quién ha hablado de ferias ni de barracas? Nuestro nivel es “Nacional Geographic”. Quien quiera fotos o entrevistas, que las pague. Y luego están los derechos de imagen, el merchandising… Aunque el alma del negocio será la tournée. ¡El mundo pagará cualquier precio por ver en vivo a la tortuga parlante!
Profesor- No has entendido nada. Lo importante no es que hable. Lo importante es lo que dice. Lo importante es que ha atravesado doscientos años de la historia de Europa.
Beti- El que no entiende nada eres tú. A la gente lo que le importa es que raje, no que sea de Darwin o de Perengano. La gente no sabe quién es Darwin. Y deja de hablarme como un marido a su mujer. Ya no somos marido y mujer, somos socios. Estoy harto de ti y de tus becarias.
Profesor- ¿Qué tienen que ver mis becarias?
Beti- ¡Todo!, ¡tienen que ver todo! ¡Veinte años de humillaciones! Pero ahora me las voy a cobrar todas juntas. Desde hoy, la mitad de tu tiempo lo dedicamos a ensayar mi show. Y si no estás de acuerdo, llamo a la Sociedad Protectora de Animales y les cuento cómo tratas a la abuela.
(En el hospital. Harriet yace anestesiada. De su cabeza parten cables que acaban en una pantalla en que se registra su actividad cerebral.)
Doctor- (A la grabadora.) Desde niño he querido hacer algo por la Humanidad. Pero con frecuencia me pregunto: ¿Se lo merece, la Humanidad? La Humanidad ha sido desagradecida conmigo. Desde el principio mis esfuerzos fueron mal entendidos. En el instituto, mis compañeros me llamaban “El siniestro Berkowitz”. ¡El siniestro Berkowitz! Nunca lo entendí, ¿por qué Berkowitz?, yo no me llamo Berkowitz. Cierto que cometí algún error en el laboratorio del instituto, pero en ciencia hay que arriesgar. En ciencia hay una delgada línea entre ser considerado un loco y ser considerado un genio. Contra viento y marea, he permanecido fiel a mi proyecto, en medio de muchas incomprensiones. Intentaron expulsarme del Colegio de Médicos, y lo hubieran conseguido si el Colegio de Médicos no estuviese presidido por papá. Pretendieron echarme de la Universidad, pero lo evitó la Rectora, mamá. Y me hubieran quitado la dirección de este hospital si la familia no se hubiera unido como una piña. Me han llamado charlatán, curandero, matasanos. Pero ha llegado la hora de la revancha. Gracias a ti. Harriet, tan animal, tan humana, gracias a ti voy a descifrar los enigmas del ser. Voy a abrir el juguete de la vida y ver cómo funciona. La vida por dentro.
Harriet- (Dormida.) Charly, Charly, ¡Charl…! (Despierta. La decepciona ver al Doctor.) Al escuchar su voz, en sueños, me parecía estar otra vez con él, con Charly.
Doctor- Así que le recuerdo a él. Siempre lo he admirado. Otro mártir de la ciencia. Lo insultaron, lo humillaron, pero él no se dejó doblegar. De cerca, ¿cómo era?
Harriet- Inglés, de cerca era inglés.
Doctor- Yo también, en el fondo. Debería haber nacido allí, en Inglaterra me hubieran comprendido. Qué solo me he sentido en este país, Harriet, qué solo me siento. De modo que le recuerdo a ese hombre excepcional. También yo estoy a gusto con usted. Cada vez que me dice adiós, cada vez que la veo alejarse hacia esa casa… Dígame, Harriet, ¿es feliz con esa gente? ¿No son un poco raros?
Harriet- Conmigo son muy majos.
Doctor- ¿Tiene cuarto propio?
Harriet- Duermo con ellos. En medio.
Doctor- Pero usted no puede estar a gusto con esa pareja. Son de letras. Ellos no pueden ver en ti lo que yo veo. Yo veo que en tu cuerpo se cierra la polémica entre evolucionistas y creacionistas.
Harriet- ¿Se cierra en mi cuerpo? ¿Cómo?
Doctor- Todavía no sé cómo, pero se cierra. Harriet, estoy convencido de que tu cuerpo encierra el sentido del universo.
(La abraza. En la pantalla se dibuja una campana de Gauss.)
Doctor- Harriet, en una escala del 1 al 10, diga cuánto le duele.
(Le aplica dolor. En la pantalla se reflejan las reacciones de Harriet.)
Harriet- Tres… Siete… ¡Once!
Doctor- Harriet, ¿recuerda cuándo tuvo por primera vez conciencia de sí misma?
Harriet- ¿?
Doctor- Autoconciencia, ¿cuándo tuvo?
Harriet- ¿?
Doctor- Harriet, imagine su propia muerte.
(Harriet imagina; la pantalla lo registra.)
Doctor- Imagine una catástrofe humanitaria en un país lejano.
(Harriet imagina; la pantalla lo registra.)
Doctor- Piense en el hijo que perdió.
(La pantalla marca un máximo. Harriet pierde el conocimiento. El Doctor comprueba que no está muerta y sale con uno de sus botecitos. Harriet se recupera. En ausencia del Doctor, aprovecha para curiosear: los botecitos de inquietantes contenidos, los siniestros instrumentos quirúrgicos, la grabadora... La enciende.)
Grabadora- Pico córneo afilado, si bien ha desarrollado dientes. Sexo convexo… (Toca una tecla para que la grabación avance.) Si el alimento favorito de las terrestres son los gusanos y de las marinas los moluscos, Harriet muestra predilección por las salchichas de Frankf… (Tecla.) … en pie por primera vez? “Abril del 37, en un pueblo llamado Gernica…” (Tecla.)… al avistar al macho, los sensores de tensión sexual marcan 2,7 en la escala de Smullyam… (Tecla.)… una serie creciente de descargas eléctricas para determinar su límite de adaptabilidad… (Tecla.)… sección en el córtex prefrontal para introducir un electrodo en el hipocampo, región que controla la memoria… (Tecla.)… detrás de todo gran descubrimiento hay una gran pregunta. Mi gran pregunta: ¿Por qué unos seres viven más que otros? Yo descubriré el secreto de la longevidad y la venderé en tarritos. No puedo ofrecerles la eternidad, pero sí una prórroga, y ellos pagarán lo que les pida, la gente es así, la gente no sabe vivir pero no quiere morirse… (Tecla.)… volcando en el óvulo de la madre receptora el material genético de Harriet, que obtendremos practicándole un corte en la espina dorsal… (Tecla.)… Uf, creí que se me quedaba. Si se muere antes del domingo, todo se va al carajo. Luego, que la palme cuando guste. Sólo en las islas Scheychelles hay 152.000 tortugas…
(Horrorizada, Harriet apaga la grabadora y huye con las pocas fuerzas que le quedan.
En el despacho del Profesor.)
Beti- La una y media y Harriet sin comparecer. ¡Es un ladrón! ¡Nos roba nuestro día!
Profesor- Asegura que Harriet no está con él. Sonaba sincero.
Beti- Por el barrio circulan rumores de que escondemos un monstruo. Alguien se habrá tomado la justicia por su mano y…
(Llega Harriet, exhausta. Silencio.)
Beti- (Al Profesor.) ¿No le dices nada? ¿Dos horas de retraso y tú no le dices nada?
Profesor- Voy a hablarle, Beti, voy a cantarle las cuarenta.
(Beti sale.)
Harriet- (Sin aliento.) Perdón, profesor, no avanzaba, es que no puedo con la concha. Tenía usted razón, ese hombre no me conviene. No voy a volver a ir con él.
Profesor- He temido no volver a verte, Harriet, he tenido miedo. Harriet, Harriet…
(La abraza.)
Profesor- Danzig, Agosto de 1945.
Harriet- ¿Y si lo dejamos por hoy? No puedo con mi alma.
Profesor- Vamos, Harriet, no me seas perezosa, que hoy vamos con retraso. (Lee.) “Y entonces veo la foto de aquella gigantesca seta de humo levantándose hacia el cielo”.
(Silencio.)
Harriet- Es lo que me faltaba por ver, no tengo estómago para seguir presenciando atrocidades, escondo la cabeza y me aletargo. Al despertar, descubro que donde me había echado a dormir ya no es Alemania, sino Polonia, pero los que mandan son los rusos. Mi segunda experiencia comunista la vivo con la familia Tomazewski, cuyo hijo se llama “Tractor” y la hija “Reforma Agraria”. La primera misión del revolucionario continúa siendo perseguir enemigos de la Humanidad, y como delatar a un pariente está muy valorado, cada Tomaszewski denuncia a los demás Tomaszewski, todos los Tomaszewski acaban en la cárcel y a mí me llevan a un animalario. Cuando el Papa visita Polonia, dan una amnistía y nos sueltan, oí que algunos dieron problemas, tendrían hambre, cuando la gente tiene hambre da problemas, si no quieres problemas da de comer a la gente. El caso es que yo, una vez más, me encuentro sola y sin saber qué hacer con mi vida. En la tele veo que los rusos mandan perros al espacio y pienso que podría ser una buena solución para mí: allá en lo alto, muy lejos de la Humanidad. Entonces se me ocurre: la isla. Sí, ése es tu lugar, Harriet, entre las bestias, ánimo, adelante, tu isla está por allá, un esfuerzo más, no te rindas, las tortugas tenemos muy buena orientación, yo hubiera llegado, pero no contaba con aquella pared, un paredón que no se acababa nunca, por primera vez en mi vida pierdo la paciencia y doy un cabezazo contra el muro, que se viene abajo: ¡Catacroc!
(Silencio.)
Profesor- ¿Pasa algo, Harriet?
Harriet- He acabado, Profesor.
Profesor- ¿Cómo?
Harriet- No hay más. No tengo más que contar. ¿Cuándo me voy a las Galápagos?
Profesor- Vamos, Harriet, la Historia no se acabó en 1989.
Harriet- Yo no he visto nada nuevo desde entonces. Bosnia, Ruanda, las Torres, Irak, Líbano… El mismo horror una y otra vez. La evolución culmina en el hombre-bomba.
Profesor- ¿De verdad no has visto nada nuevo desde que cayó el muro? ¿No será que has estado hibernando?
Harriet- Desde el 89 he hecho de todo por volver a la isla. Hasta ir a comisaría a denunciarme. “!No tengo papeles! Cumpla con su deber, agente. Re-pa-tria-ción. Depórtenme a las Galápagos, por favor. ¡Que no quiero quedarme!”. Me echan a la calle, tomándome por loca. Eso ha sido mi vida desde que cayó el muro. Se lo he contado todo, Profesor. He llegado al final, he cumplido. Ahora le toca a usted. Lléveme a mi isla.
Profesor- ¿Para qué quieres ir allí, con lo bien que estás aquí? Con lo que te queremos.
Harriet- ¿Cuánto me queda de vida? ¿Dos días? ¿Dos siglos? Dos días o dos siglos, voy a pasarlos lo más lejos posible de vosotros. De todos los animales, el hombre es el más tonto y dañino. Podríais vivir todos alimentados y seguros, pero muchos viven hambrientos y todos en peligro. Habláis y habláis de derechos humanos, pero contempláis indiferentes el dolor de los otros, el sufrimiento de los otros. Mire donde mire, sólo veo personas que se comportan como bestias y personas que son tratadas como bestias. Charly no lo previó. No previó que los humanos evolucionaríais hacia algo tan monstruoso. A ver si con el cambio climático mutáis y sale algo más decente. Me dio su palabra, Profesor. ¡Tiene que llevarme a la isla!
Profesor- Admítelo, Harriet: eres más persona que animal. En la isla, te sentirías extranjera. No voy a hacer algo que sólo podría perjudicarte.
Harriet- ¿Ha sido todo un engaño? ¿Desde el principio?
(Silencio.)
Profesor- Levanta ese ánimo, mujer. ¿Sabes lo que yo hago cuando me pongo tristón? ¿Tomarme una pastilla, como Beti? Nada de pastillas. Cuando me siento mal, me centro en el trabajo. Polonia 1989. ¿Qué importancia atribuyes al factor religioso en el colapso? ¿Qué papel juega el Papa Wojtila?
(Silencio.)
Harriet- Polonia 1989. Los Tomaszewski no van a misa, pero nunca se acuestan sin rezar. Los Tomagrrszewski… los Tomaszegrrrwski…
Profesor- ¿Te pasa algo?
Harriet- Me duele la garganta. Grrr. Me duele la cabeza. Grrr. Me duele todo, me duele hasta la concha. Grrr. Creo que estoy involucionando.
Profesor- ¿Qué?
Harriet- Grrr. Charly previó esa posibilidad. Grrr. Lo explica en grrr una nota al pie grrr grrr grrr.
Profesor- ¿Ahora con burlas? Harriet, no pruebes mi paciencia.
Harriet- Grrr grrr brrr drrr trrr…
(Le duele la cabeza, se marea, se desploma. Continúa emitiendo ininteligibles sonidos de quelonio. Beti entra alarmada.)
Beti- Pero ¿qué le has hecho?
Profesor- Dice que está involucionando. Explícaselo tú misma, Harriet.
Harriet- Rrrrrrrrrrr…
(Mordisquea el cuaderno del Profesor.)
Beti- ¡Hay que llamar al médico!
(Oscuro. Luz. En el despacho del Profesor. En torno a “El origen de las especies” están reunidos el Profesor, Beti y el Doctor.)
Doctor- Aquí está. (Lee.) “La evolución exponencial bajo estimulaciones extraordinarias puede ser reversible bajo condiciones asimismo extraordinarias”.
(Silencio.)
Profesor- ¿Dónde está ahora?
Beti- En la cocina. No sé cómo puede tener hambre. Se ha comido las cortinas del salón, las acuarelas del vestíbulo y la colcha de mi madre. Y no encuentro mis pastillas, seguro que también se las ha echado al buche. Qué voracidad le ha entrado.
(Mira al Profesor, como indicándole que diga al Doctor algo que previamente ha hablado con ella.)
Profesor- Doctor, es urgente replantear nuestro acuerdo. Si está involucionando, Harriet no tiene ya ningún interés para la ciencia histórica. Para la ciencia médica, en cambio, todavía es un archivo biológico de valor incalculable. Yo estaría dispuesto… mi mujer y yo estaríamos dispuestos a venderle nuestra parte.
Doctor- Si está involucionando, ¿para qué la quiero yo? Si está involucionando, por mí pueden tirarla ustedes mismos a la basura.
Profesor- Estará orgulloso, doctor. Ya ve a lo que ha conducido tanto electroshock y tanto escáner.
Doctor- De modo que usted atribuye a mis investigaciones la regresión de Harriet.
Profesor- Precisamente.
Doctor- El mal de Harriet es otro. Usted la ha obligado a recordar una vida demasiado larga y demasiado dura. La causa de su embrutecimiento son esas traumáticas sesiones de memoria histórica a que usted la somete.
Beti- ¡No discutamos delante de ella! No pensemos en lo que nos separa, sino en lo que nos une. Lo que nos une es que hemos gastado una fortuna en salchichas. En el mercado negro de exóticos todavía podemos sacarle unas perras.
Profesor- A mí verla así me da mucha pena, con lo que era. ¿Y si le pegamos un tiro? Para que no sufra.
Beti- De tiros nada, que se chamusca. Aún podemos venderla a un taxidermista.
Doctor- Tiene razón, nada de disparos. Un inyectable.
Profesor- Para cuatro duros que van a darnos… ¿Y si nos hacemos un arroz?
Voz de Harriet- Rrrrrr…
(Es un “Rrrrrr” inquietante, amenazador. El Profesor, Beti y el Doctor se abrazan asustados. El “Rrrrrr” se aproxima hasta que aparece Harriet con una tarta coronada por dos velitas. Es una tarta precaria, pero hecha con mucho cariño a base de lo que Harriet ha encontrado en la cocina.)
Harriet- (Canta.) “Cumpleaños feliz, / cumpleaños feliz / te deseamos todos, / cumpleaños feliz”. (Cierra los ojos, piensa un deseo, sopla. Canta:) “Porque es una chica excelente, / porque es una chica excelente…”. ¡28 de Marzo! Como sabía que se os iba a pasar, me he preparado yo misma la fiesta sorpresa. Os lo habéis tragado, ¿eh?, os habéis creído que estaba involucionando. (Se parodia a sí misma). Rrrrr los Tomaszegrrrwski rrr…. (Se troncha.) Pero qué va, si lo mío no tiene marcha atrás. (Reparte la tarta.) Tú dirás si se me ha ido la mano con la canela, Beti. Vamos, Profesor, no me haga un desprecio. ¿Verdad que está rica, Doctor? Venga, otro pedacito. ¿Está a tu gusto el bizcocho, Beti? La guinda para el profe. Qué barbaridad, doscientos tacos. Mis abuelas llegaron a los trescientos. Los varoncitos han sido más flojos, pero todas las chicas de la familia han cumplido los doscientos cincuenta. Es duro, miraros y pensar: “Éste caerá antes que yo”. Os tengo aprecio, el roce hace el cariño. Y he aprendido tanto a vuestro lado… Observándoos, he completado la teoría de Charly. Teoría de la involución: llegado a un punto, el hombre retrocede hasta la bestia. Os habéis aprovechado de mí, queríais devorarme. Pero para comer tortuga hay que darle la vuelta, y la vuelta os la he dado yo. Yo tengo más conchas que un galápago. ¿Os duele la tripita?, ¿se os nubla la vista? Todas las pastillas de Beti, las de la ansiedad de los domingos, las de la crisis de los miércoles, todas las he echado en la tarta.
(El veneno hace efecto. El Profesor, Beti y el Doctor se retuercen hasta morir. Harriet abre la jaula de Herodoto; ¿va a comérselo?; lo deja libre.)
Harriet- Y ahora, Harriet, una vez más: ¿Qué hacer? ¿Qué hacer, Harriet? Pues lo de siempre, Harriet: adaptarse.